ZOOLOGÍA GRÁFICA

Francisco Toledo
Mayo 27, 2022 | Julio 26, 2022

ZOOLOGÍA GRÁFICA

Francisco Toledo

Mayo 27, 2022 | Julio 26, 2022

 

“Sólo a los dioses y a los animales pertenece el gesto supremo. A los hombres sólo corresponde imitarlos”, escribió Roberto Calasso a propósito del arte de la cacería.

La humanidad ha intentado, durante milenios, emular el poder, la astucia, la belleza y la gracia de los animales… y de los dioses. ¿Qué clase de “gesto supremo” tenemos hoy para hablar de ellos, en una época en que hemos desterrado a unos y a otros a la extinción, a la desaparición, a la carencia de significado? Al desvincularnos de lo divino (o de la diversidad de la experiencia religiosa) y de la naturaleza, el territorio de nuestra acción en el mundo parece yermo, desértico. O al menos eso presupone la extinción masiva que hemos propiciado.

Frente a un tipo de arte que hablara del desierto humano como escenario de lo catastrófico, se opone la obra de un artista como Francisco Toledo, plena de símbolos, de entrecruzamientos, de referencias milenarias que dialogan con el mundo natural (las naturalezas) y la mitología (o las mitologías). Las imágenes del pintor mexicano nos recuerdan la fragilidad en la que nos hallamos, en la que se hallan todas las cosas que están desapareciendo, lenguajes, oficios, experiencias, formas de vida. Buscó, acaso, hacer de la suma de todas estas fragilidades una fuerza propia, una voz con la cual oponerse a la indiferencia contemporánea.

Toledo se movió siempre a través de los márgenes, de lo no-dicho, de lo silencioso y sutil. Prefería mimetizarse, coleccionar y elogiar lo minúsculo, reflexionar en torno a las naturalezas particulares y construir una narrativa posible para cada animal o planta. No le interesaba únicamente describir lo que veía, sino inventar, especular en nuevas taxonomías, o hacer anotaciones visuales en torno a imágenes que pertenecen al imaginario universal, por ello, podemos

observar al poeta Matsuo Bashõ convertido en sapo bajo los platanares del trópico. O a los cocodrilos jugando con hamacas, haciendo un guiño a la mitología de los temblores del Istmo de Tehuantepec.

En la antigüedad, Heródoto ya se sentía fascinado con las imágenes de los terribles (y bellos) dioses egipcios, en parte humanos, en parte cocodrilos, lobos, leones alados… Todas estas representaciones no le parecían nada azarosas al historiador griego. Eran, incluso, “más perfectas que los comunes mortales”: acaso reflejaban muy bien la ambigüedad de la “experiencia sagrada”, como lo han sugerido diversos historiadores. Esta capacidad de combinar elementos disímiles y crear algo nuevo le parecía fascinante a Toledo, que gustaba de tomar la historia y sus imágenes y crear propuestas visuales que son perfectas “hibridaciones” entre cultura y naturaleza. Asimismo, podemos sugerir que toda pieza de Toledo es ofrecida al espectador como una narrativa, como un relato posible que construye mundo para todo lo que entraba en su campo de visión, fuesen objetos o seres vivos.

Estos grabados poseen una pátina de antigüedad, o de lejanía. Nos muestran cómo elementos lejanos de pronto son dejados ante nuestra mirada. Y coexisten con nuestro presente, tan imbuido en la preocupación tecnológica, indicándonos que lo elemental, lo minúsculo, lo frágil,

puede ser una respuesta estética (y hasta ética). Estos grabados nos invitan a la contemplación silenciosa, a crear un espacio reflexivo, a detener nuestro ajetreado tiempo. Para Francisco Toledo el gesto supremo consistía en dibujar, pintar, diseñar, modelar, hacer arte, y lograr crear una equivalencia de todos los signos, de todas las experiencias posibles.

Guillermo Santos

 

Acerca del artista

Francisco Benjamín López Toledo, (n.1940) nació en Juchitán, Oaxaca.

Desde muy joven encontró su vocación en el dibujo y la pintura, con sólo 17 años se inscribió al Taller Libre de Grabado de la Escuela de Diseño y Artesanías en la Ciudad de México. Fue Antonio Souza quien bautizó al artista como Francisco Toledo, al mismo tiempo que propició sus primeras exposiciones individuales (a los 19 años) en la Galería Antonio Souza y en el Forth Worth Center, en Texas. Hacia 1960 el pintor se estableció en París, donde hizo amistad con creadores como Octavio Paz y Rufino Tamayo, además de consolidar su formación artística. En ese entonces colaboró en el taller de grabado de Stanley Hayter, uno de los grabadores más influyentes del siglo XX.

A su regreso a México, Toledo pasó varias temporadas en su tierra natal, en la región del Istmo de Tehuantepec, que intentó conocer a profundidad a través del estudio de las costumbres, el idioma y el arte del lugar. En los años 70 empezó a indagar en ciertas técnicas artesanales —como el textil y la cerámica— que influirían en su creación artística posterior.

En 1993 fundó la asociación civil PRO-OAX (que tiene como fin la defensa del patrimonio cultural e histórico de la Ciudad de Oaxaca), organismo que ha colaborado en la formación de espacios como la Biblioteca fray Francisco de Burgoa y el Jardín Etnobotánico, además de sumarse a causas como la defensa de los idiomas autonómicos o la lucha contra los transgénicos.

Cabe destacar que los centros culturales que fundó han transformado el modo en que las personas se acercan a la cultura, entre ellos están: Cineclub El Pochote (1992),

el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo y la Biblioteca Jorge Luis Borges para invidentes (1996), la Fonoteca Eduardo Mata (1996), el Taller Arte Papel Oaxaca (1998) y el Centro de las Artes de San Agustín Etla (2006). Estos establecen una relación íntima con los usuarios, una actualización permanente de sus acervos y una interacción constante con la comunidad artística nacional e internacional.

Fue siempre un creador aparte, alguien que creó su propio camino. Diversas tradiciones convergen en su obra, que puede describirse como el despliegue de saberes originarios en un contexto contemporáneo, o como la actualización constante de elementos primordiales en una obra de fuerte acento intelectual. Por sus temas y preocupaciones, su trabajo es heredero de una muy amplia historia del arte mexicano y puede rastrearse a partir del periodo precolombino.

Cabe señalar que fue un lector excepcional y conocía ampliamente el arte universal. Escribió André Pieyre de Mandiargues en torno a Francisco Toledo: “No conozco a ningún otro artista moderno tan imbuido de manera natural por una concepción sagrada del universo y por un sentido sacro de la vida, que se haya acercado al mito y a la magia con tanta seriedad y sencillez y que esté inspirado con tanta pureza por el ritual y la fábula”.

Llego a exponer en a Kunstnerner Hus, en Oslo, Noruega (1962), en la Galería Karl Flinker, en París (1963), en la Galería Dieter Brusberg, en Hannover, Alemania (1964). Museo de Arte Moderno, en la Ciudad de México (1980), en la White Chapel Gallery, en Londres, y en el Museo Reina Sofía, en Madrid (2000), además de haber presentado su trabajo en la Tate Gallery de Londres y en Latin American Masters, en Los Ángeles, entre otros espacios internacionales.

La conjunción de vida y obra del oaxaqueño destaca como pocas tanto en nuestro país como a nivel internacional, pues permanece fuertemente comprometida con los problemas de nuestro tiempo sin alejarse de sus preocupaciones personales. A la vez que se le vincula con creadores como José Guadalupe Posada, Rufino Tamayo o Rodolfo Nieto, algunos estudiosos han sugerido que la obra de Toledo es heredera y continuadora de la de James Ensor, Paul Klee o Jean Dubuffet, y muchos otros creadores.

Francisco Toledo falleció el 5 de septiembre de 2019.